La televisión y la vida

FEDERICO FERNÁNDEZ DE BUJÁN

BETANZOS

26 feb 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

ESTOS DÍAS se cumplen dos años de la muerte de Francisco Iglesias, maestro de periodistas. Catedrático de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense, su obra científica se compone de una decena de libros y más de cien publicaciones sobre la profesión. Escribió en uno de sus libros: «Sin merecimiento por mi parte, nací en un precioso pueblo que se llama Betanzos». Creo que la Ciudad de los Caballeros tiene pendiente una deuda de gratitud con este prestigioso universitario y brillante periodista que cuidada con especial mimo sus colaboraciones en la prensa local de su Betanzos del alma. Pues bien, este recuerdo a modo de homenaje me da ocasión para discurrir sobre un sugerente tema que abordó en una obra titulada Una semana sin televisión . Se trata de un estudio realizado sobre un sorprendente experimento: propuso a sus alumnos participar voluntariamente en la experiencia de vivir una semana sin televisión. Trataba de buscar qué cosas nos podía comunicar el televisor apagado. Uno de los medios de valorar una realidad es experimentar su ausencia. Las generaciones jóvenes nacieron con la televisión y no conciben la vida sin ella. Sin embargo, ante esta presunta necesidad es necesario recordar que después de cinco mil años de civilización, la televisión se instala en la vida humana hace poco más de medio siglo. ¿Cómo es posible que con tan escasa trayectoria haya condicionado tanto los hábitos sociales? El ensayo sin tele puso de manifiesto distintas conclusiones: la constatación del grado de adicción que tiene la televisión; el mejor aprovechamiento del tiempo libre; el aumento de la lectura en general y de la prensa en particular; la conveniencia de ser selectivo en la elección de los programas; la mayor comunicación familiar; el incremento las tertulias entre amigos. En suma, es posible sobrevivir sin televisión, lo que no implica prescindir de ella. Lo importante es que no tiranice nuestra vida y que logremos que ese aparato sea La televisión dominada, título de otra obra del profesor Iglesias, al que dedico esta columna.