La droga se dispersa por la ciudad huyendo de la policía

Alberto Mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

La desaparición de Penamoa y la presión de las autoridades provocó un cambio en el hábito de los traficantes, cada vez más jóvenes

14 nov 2011 . Actualizado a las 12:54 h.

Ya no hay tantos drogadictos como antes ni traficantes tan poderosos. Esto es un hecho. Y muerto Penamoa, tampoco hay barrios devastados por la venta y el consumo. Los camellos son menos descarados, pero también cada vez más jóvenes. Ya no es como antes. En un mundo donde la traición es la música de fondo y en el que todos, tarde o temprano, terminan cayendo, a los camellos no les quedó otra que reinventarse. Ya no le venden droga a cualquiera y estrechan su negocio a un reducido grupo de fieles clientes. Ya no es aquello de ir por primera vez a un bar donde todo el mundo sabía que se vendía hachís, cocaína o lo que fuera, y comprarle directamente al camarero. Ahora los consumidores han de ir recomendados. Todo eso complicó el trabajo de los policías, que han de palpar todas las calles de la ciudad. Ya no hay una zona o tres barrios en concreto. «El tráfico se ha esparcido», según reconoce un mando policial.

Han ocurrido demasiadas cosas en A Coruña en los últimos años que han puesto patas arriba las políticas de lucha y prevención contra la droga. La progresiva desaparición del poblado de Penamoa, considerado desde tiempos remotos como el mayor supermercado de la heroína en el noroeste de España, ha significado la dispersión de traficantes por toda la ciudad y parte de la comarca, sobre todo en Arteixo y, en menor medida, Culleredo.

Eso, por un lado. Por otro, la incesante presión vecinal y persecución policial a las mafias ha provocado un cambio en las organizaciones, costumbres y formas de actuar de los narcos, incorporándose al negocio decenas de pequeños camellos difíciles de controlar por su infinita capacidad para moverse por todos los rincones. Los hay, cada vez más, que sirven a domicilio. Traficantes que se mueven en moto o en coche y acuden allí donde son llamados por sus clientes.

Empleados

La presión ejercida por las autoridades contra los locales ha provocado también cambios en su organización, donde el propietario del negocio jamás toca la droga, encargándose de ello empleados que asumen el riesgo por un porcentaje de la venta.

No se puede hablar de un camello de hachís igual que se habla de uno de cocaína o MDMA y, menos aún, del que pasa heroína. Son perfiles distintos. Son clientes completamente diferentes.

El hachís. O cannabis. Es lo más consumido. No se puede hablar de una zona de venta y consumo. Se huele por todos los rincones. Todos los barrios tienen sus bares de referencia y gozan de mayor permisividad por parte de las autoridades, según sostienen fuentes judiciales, debido, principalmente, a la aceptación social que esta droga tiene. A pesar de ello, no hay tantos establecimientos tapadera como antes. La mayoría de los vendedores son jóvenes y hasta adolescentes, delincuentes principiantes que apenas sacan para su consumo y sus pequeños gastos. Logran hacerse con pequeños grupos de clientes, a quienes sirven bien a domicilio, o bien en puntos concretos de la ciudad, sobre todo zonas frecuentadas por jóvenes, como parques, institutos o plazas.

Distinta forma de actuar tienen los traficantes de pastillas. A pesar de que su venta también está dispersa, no lo está tanto como el hachís, centralizándose en gran medida en pubs y discotecas de zonas de copas.

También los traficantes de cocaína se mueven por esos ambientes, si bien tienen una bolsa de clientes más cerrada y mucho menos numerosa, centrándose únicamente en ellos y sin demasiadas ansias de ampliar el negocio a nuevos consumidores. La mayoría de los individuos que se dedican a su venta cuentan con un grupo reducido de compradores conocidos. Y cada uno se mueve en distintos estratos sociales. Los hay que solo se mueven entre profesionales cualificados, drogodependientes que nunca acudirán a un bar o a un poblado chabolista a comprar. Muchos cocainómanos terminan siendo vendedores para pagarse el consumo.

Si la venta de la cocaína se distingue por estratos sociales, la heroína por su ubicación geográfica. Es la droga más marginal, la que se concentra en los poblados o zonas frecuentadas por toxicómanos. Su venta se centra en lo que queda de Penamoa y, en la actualidad, en las zonas próximas, como la recta de la Refinería, Meicende, Pastoriza y, en menor medida, Monelos, Elviña, el Ventorrillo y el Agra del Orzán. Su consumo lleva cayendo años.

Cada vez hay más camellos que sirven a sus clientes a domicilio