Vida y muerte de un alcalde muy popular

Carlos Fernández

A CORUÑA

El 50 aniversario del fallecimiento de Alfonso Molina recupera la figura de un regidor clave para A Coruña del siglo XX

23 nov 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

No cabe duda de que, junto con Francisco Vázquez, Alfonso Molina Brandao fue el alcalde más popular de A Coruña en todo el siglo pasado. Lo fue, asimismo, durante un largo período de tiempo. Nada menos que desde el 6 de mayo de 1947 (había sustituido al militar Eduardo Ozores) hasta el 25 de noviembre de 1958 en que falleció en Río de Janeiro víctima de un ataque al corazón.

Molina había nacido en A Coruña el 15 de mayo de 1907 en la casa número uno del paseo de la Dársena, donde siempre residió. Descendiente de una familia de gran abolengo en la ciudad, de la que su abuelo materno, Alejandro Brandao, había sido también alcalde y su padre, Raimundo Molina, se destacó como impulsor del progreso del puerto.

Cursó sus primeros estudios en el colegio Dequidt, de donde pasó al instituto da Guarda hasta alcanzar el título de bachiller. Se trasladó a Madrid para cursar la carrera de ingeniero de Caminos, título que refrendaría en la Escuela de Administración Local. En 1934 fue nombrado ingeniero director de Vías y Obras de la Diputación Provincial.

Durante la Guerra Civil, sirvió en el ejército nacional como teniente honorario de Ingenieros, perteneciendo a la Agrupación de Ferrocarriles de Madrid. Fue también durante la guerra presidente de la Cámara de la Propiedad coruñesa, cargo que simultaneó hasta 1943 con el de miembro de la Junta Consultiva de las Cámaras de la Propiedad de España.

Desde 1938 a 1944 fue concejal del Ayuntamiento. Entre otros cargos desempeñó la presidencia de la Junta Económica-Sindical de Ordenación Urbana, procurador en Cortes y miembro de las ponencias de Obras Públicas y Gobernación, vocal de la Junta de Obras del Puerto, del Banco de La Coruña, consejero de Astano y de La Voz. Había sido también presidente del Casino cuatro años.

Alfonso Molina tuvo una amplia carrera como profesional. Como ingeniero y técnico urbanístico, el que luego sería alcalde de A Coruña ya había proyectado y realizado importantes obras por toda la provincia, como por ejemplo la remodelación del pazo de Meirás, la transformación de los Cantones y los jardines de Méndez Núñez o la avenida y parque de Lavedra, que sigue siendo la vía principal de acceso a A Coruña.

Puros para Rokefeller

Simpático, hablador, intuitivo, absorbente y buen gastrónomo, Molina marcó un hito en la vida coruñesa y rompió con los rígidos moldes que el franquismo exigía a sus hombres públicos. Daba conferencias de prensa a las cuatro de la mañana, firmaba licencias de obras de diez en diez, inundaba la ciudad de árboles y flores exóticas, especialmente de tulipanes holandeses, fumaba puros hechos para Rockefeller y se tomaba una laconada o un queso del país en media hora, aderezado con vinos del Ribeiro. Pero había algo más, y esa fue su principal hazaña: daba plantes a sus gobernadores civiles y demás jerarquías falangistas de la época a cualquier hora y por cualquier motivo. La causa de este poder estaba en el pazo de Meirás: Molina le caía simpático no solo a Franco sino a su esposa y esta circunstancia era conocida por las autoridades que le trataban. Uno de los que intentó buscarle las cosquillas, aunque no lo consiguió nunca, fue el neofalangista Pardo de Santayana, gobernador civil de A Coruña a partir de 1952 y al que Molina un día hizo esperar casi una hora en «su» palacio municipal.

Soltero impenitente, Molina mantuvo siempre un discreto silencio sobre sus amores. Sin embargo, días antes de su muerte había dicho a un íntimo amigo suyo que se iba a casar con una señorita madrileña, hija de un corredor de comercio. «En Madrid -añadió- confieso con un fraile de la iglesia de Medinaceli, que me ha recomendado repetidamente que debo de contraer matrimonio».

Crisis económica

Cuando Molina falleció en Río de Janeiro (muerte sobre cuyas causas corrieron numerosos rumores en A Coruña) las arcas municipales coruñesas estaban limpias. La gente solo recordará de él su estampa popular y pintoresca. El que tuvo que recordar también lo de las cuentas fue su sucesor: Sergio Peñamaría de Llano, un jurídico militar estricto, honrado y trabajador, que logró con grandes esfuerzos enderezar la nave económica municipal que Molina había llevado casi al naufragio. Pero esto, por las censuras de la época, no trascendió al público.

Un detalle de este desastre económico lo recuerda José Peñamaría, hijo del sucesor de Alfonso Molina en la alcaldía, cuando poco tiempo después su padre encargó a una conocida floristería local un ramo para entregar a la esposa de un personaje que iba a visitar el Ayuntamiento. La encargada del establecimiento dijo que no le entregaba ni una flor más hasta que no pagasen la abultada cuenta que se le adeudaba. Lo mismo ocurría con otros suministradores del municipio.