«La guerra es una droga», en letras blancas sobre la pantalla en negro, es la declaración de principios con la que Katryn Bigelow obsequia a quienes acceden a En tierra hostil , la primera gran película sobre la guerra de Irak, al menos hasta que Hollywood decida convertirla en subgénero, algo por el momento poco probable pese a ser muchos los filmes (y algunos notables) que se centran en el polvorín iraquí desde aquel fatídico 11-S del 2001 y sus consecuencias sobre las relaciones de Occidente con el islam. Syriana , Red de mentiras , Traidor , La batalla de Hadiza , y muy pronto Zona verde -a cargo del tándem Paul Greengrass-Matt Damon-, son algunas de ellas en los últimos años, pero ninguna propone una reflexión tan original como En tierra hostil . Lo es porque Bigelow pasa de soflamas y arengas patrioteras o maniqueas, para dejar que sea el espectador quien extraiga sus propias consecuencias.
El protagonista, un desactivador de explosivos del Ejército estadounidense en Irak, es potencialmente un suicida que se enfrenta a situaciones fuera de toda lógica, sin importarle su seguridad. Es otra víctima de esa droga del rótulo inicial. Sus compañeros no le entienden y lo maldicen. En sus diálogos, sea en plena acción o en su barracón, el guión contribuye a trazar el retrato robot de un soldado como hay muchos, sea en Irak o en Afganistán. En lo que respecta a ese aspecto, la película es de una sutileza asombrosa, porque el enemigo no parece tal, simplemente observa como un macabro espectador a quienes han invadido su país. Pero, además, En tierra hostil sobresale en lo formal, te clava en la butaca desde la primera secuencia.
Tensión frente a relax
Kathryn Bigelow, que en 1991 había destacado con el thriller Le llaman Bodhi y en toda su filmografía se confirmaría con un pulso inusual para la narración trepidante (que no taquicárdica y ruidosa al estilo del productor Bruckheimer, por citar un ejemplo), saca lo mejor de su oficio combinando hábilmente las secuencias de tensión con las de la mayor relax, administrando los tiempos para que el espectador ni se entere de que ha disfrutado de dos horas de cine. La adrenalina que alimenta al protagonista logra expandirse al patio de butacas, hasta contagiarte con el drama de esos soldados que en cada misión salen a cara o cruz, sabedores de que si la pifian, su cadáver será uno más de los muchos que viajan con la bandera estadounidense encima. En apariencia, su muerte no importará mucho más allá de sus padres y sus seres queridos.
La directora, sabedora de que la retina del público ya está demasiado acostumbrada a las imágenes de televisión sobre la guerra de Irak, no puede dar más de lo mismo. Y si en el aspecto icónico jugaba con desventaja, optó por aprovechar al máximo los recursos del plano y sobre todo, por dotar a las secuencias de un mecanismo interno que las hace simplemente magistrales. La inicial es de libro. La del tiroteo en el desierto, de las que no se olvidan. Otro tanto con la del cadáver del niño-bomba. Espeluznante. A la sensación de realismo descarnado contribuye el hecho de haberse rodado en Jordania y Kuwait, espacios físicos homologados a Irak. El martes sabremos si En tierra hostil aspira a los Oscar. De salir nominada, será un acto de justicia hacia una película de las que el Pentágono hubiera preferido no ver sobre una pantalla. Y anótese al protagonista Jeremy Renner como actor a tener muy en cuenta.