«Para un niño de Madrid Laxe es un sueño de libertad»

Eduardo Eiroa Millares
eduardo eiroa CEE / LA VOZ

CARBALLO

Cineasta afincado en Barcelona regresa siempre que puede a la zona

18 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

No es de Laxe pero como si lo fuera. Antonio Gómez-Pan Rodríguez lleva la tierra de su padre dentro del alma. Porque en Laxe se gestaron muchas de las vivencias y de los recuerdos de este montador de cine afincado actualmente en Barcelona.

En Laxe, dice él mismo, pasó más de dos año sumando solo las estancias de verano. Con las Navidades y semanas santas podría añadírsele otro más. Aunque ahora el trabajo le permite regresar menos de lo que querría, el municipio de la Costa da Morte lo tiene fresco en la memoria. «La playa donde de pequeños hacíamos hogueras y contábamos historias de terror, o ya de mayores nos íbamos con los ligues de verano, el puerto donde íbamos con la pandilla a ver la lluvia de estrellas y donde fumé mis primeros cigarrillos, el chocolate con churros del bar Centro, las hamburguesas del Mareira, la procesión marítima desde el barco de Tinolo, el miedo a ir al faro por la noche, la terraza del Oporto, las orquestas de las fiestas...», enumera como quien prepara material para una película.

Incipiente carrera

Las suyas empezaron a salir hace poco y ya llevan buen ritmo. El corto que montó con sus compañeros de promoción de Barcelona, Mi amigo invisible, fue uno de los 40 que llegaron el año pasado al festival de Sundance. Hace unos meses, pasó por el San Sebastián con un largometraje, Puzzled Love, y tiene pendientes de estreno los cortos Elefante y Limón y chocolate. Trabaja actualmente en el montaje de una versión moderna, de cine de autor, del Otelo de Shakespeare y de cuando en cuando saca tiempo para trabajar, siempre como montador, en publicidad. Lógicamente, no tiene mucho tiempo para ir a Laxe.

Cuenta que en su sector podría trabajar, con un ordenador y una buena conexión a Internet, en cualquier sitio, y que alguna vez ha pensado en hacerlo en Laxe. Le frena que las vivencias en ese municipio no lo dejan mezclar ese poso de dulces recuerdos con los que deja en el alma la rutina laboral.

El cine, de un modo u otro, le viene de familia, aunque de un modo un tanto difuso. Su abuelo, Antonio Gómez Añón, fundó en la posguerra, junto con la familia García Carril, el cine Capitol en Laxe. Conserva todavía algunas viejas entradas.

Su otro abuelo, con su madre, se pasaron años cámara de fotos en mano recorriendo Galicia para acabar publicando, en Everest, Fisonomía y alma de Galicia. «El ver a mi madre y a mi abuelo siempre cámara en mano supongo que me influyó para interesarme por el campo audiovisual», dice.

De Madrid a Barcelona

Su familia vive en Madrid, donde su padre, Antonio Gómez-Pan, es un reputado médico e investigador, y allí pasó su infancia -salvo los veranos- hasta que los estudios lo llevaron a Barcelona. «Para un niño de una ciudad como Madrid Laxe es un sueño de libertad», cuenta. Poder ir solo a todas partes en un lugar en donde todos te conocen y donde cualquiera cuida de ti es algo, explica, imposible en una gran ciudad. «Es lo más parecido a los Goonies o a las novelas de Enid Blyton que he vivido», afirma.

Lo de Sundance fue toda una experiencia. El corto era un trabajo de fin de curso y no tenían ni la más remota esperanza de que aceptasen la obra. Había miles y solo podían llegar al festival norteamericano 40. «Creíamos tanto en nuestras posibilidades que me aposté con el director que me tatuaría nuestro corto si resultábamos seleccionados. A mi los tatuajes nunca me habían llamado y ahora luzco uno como recuerdo de esa bonita experiencia», relata.

No tiene una preferencia en sus gustos cinematográficos, le gusta todo. Desde clásicos japoneses como Ozu a lo último de Greengrass pasando, cuenta, por Albert Serra, Michael Bay, Todd Solondz o Judd Apatow. «Siempre aprendo viendo cine», dice.

De pequeño se hacía el dormido para salir al salón cuando todos se iban a la cama en casa y poder disfrutar, si se le puede llamar disfrutar, de las prohibidas películas de terror. «La adrenalina de lo clandestino y lo terrorífico de las películas me hacían pasarlo bomba», recuerda.

El cine, por ahora, lo ha alejado de Laxe, pero no descarta que de nuevo el cine lo lleve de vuelta a Galicia. «De proyectos futuros prefiero no hablar por si las meigas», dice amarrado a la superstición. Pero en algo anda pensando para poder trabajar cerca de la Costa da Morte. En Laxe disfrutó del cine al aire libre en la plaza y muchas cosas más. «Todas las experiencias, cuando uno coge soltura, pasaron en Laxe», resume.

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«Aposté que me tatuaría nuestro corto si nos seleccionaban en Sundance»