Un paseo completo desde Carburos hasta Ferroatlántica

Eduardo Eiroa Millares
Eduardo Eiroa CEE/LA VOZ.

A CORUÑA CIUDAD

En la imagen tres generaciones de los Casais que han trabajado y trabajan en la fábrica de Cee, el bisabuelo del mayor ya lo hizo desde 1903 en el mismo lugar

19 dic 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Pocas veces resulta tan justificado el cliché que da título a esta sección. La familia Casais es la definición del palo y la astilla desde 1903. Desde ese año hasta hoy ha transcurrido un siglo largo. Y desde ese momento todos los miembros de la familia han ido formando parte de la plantilla de Carburos primero y de Ferroatlántica después.

En la imagen que ilustra el reportaje el mayor es Joaquín Casais Santamaría. Empezó a trabajar en la fábrica de Carburos de Cee en 1954. Sus nietos lo hacen hoy en Ferroatlántica -la compañía cambió de manos en 1992- pero él empieza a contar la historia no por el final, sino por el principio.

En 1903, cuando se creó la fábrica, empezó a trabajar en ella Joaquín Cambeiro Martínez, su bisabuelo. En aquella época el material se descargaba de los barcos en cestas que llevaban los trabajadores a mano hasta los hornos.

Después, cuenta Joaquín, pasarían por allí también sus dos abuelos, Pedro Casais Lago y Jesús Santamaría Redonda. La tradición siguió por su padre. José Casais Cambeiro entró en Carburos con 14 años.

Ninguno de ellos puede estar en la foto porque hace tiempo que han desaparecido. Las tres generaciones siguientes sí están en la imagen.

Joaquín Casais se jubiló tras pasar 47 años en la fábrica. Empezó con 17 años como tornero y acabó como jefe de taller de las instalaciones. Su hijo Jesús arrancó de aprendiz -por entonces se hacía así- para pasar a ser oficial de primera a los 22 años. Hoy ejerce de jefe de equipo de mantenimiento. Su hermano empezó con el mismo sistema. Hoy es jefe de equipo y electricista.

David estudió electromecánica ya pensando en la fábrica. Es mecánico. Eduardo es el encargado de los filtros de las chimeneas de los que recogen microsílice y Fran trabaja en el laboratorio de muestras.

El abuelo habla con precisión y orgullo de la historia de la empresa. Por algo es testigo de buena parte de ella. Recuerda la construcción y la posterior modernización de varios de los hornos. Tampoco idealiza. «Entón vivíase mal», cuenta.

El trabajo en la fábrica valía para completar lo que se ganaba en el campo. Muchos acababan emigrando. En el Cee de aquella época quienes trabajaban en la Sicar tenían mejores sueldos, rememora.

En los años 50 trabajaban en la fábrica, dice, 1.400 obreros. Se les pagaba la nómina en mano y tardaban tres días en hacerlo, repartiéndola en largas colas. Cuando empezó Jesús, en 1973, las condiciones tampoco eran para echar fuegos de artificio. Un aprendiz ganaba 2.500 pesetas al mes y un oficial, 9.000. En el año 1973 eso era poco.

Las cosas empezaron a cambiar a finales de los 70 cuando se incorporaron al convenio del metal. La plantilla se fue reduciendo pero mejoraron las condiciones laborales. Hoy, Eduardo lo tiene claro: «Na zona non hai quen che garante que o día 24 cobras, e tamén pagas extra, desde A Coruña ata aquí non hai nada mellor». No cobra lo mismo que quienes llevan 30 años en la empresa, con derechos de convenios anteriores, pero no se queja, todo lo contrario, y recuerda que en la empresa si se hacen horas extra, se cobran, y todo está perfectamente regulado.

Cuentan que el trabajo diario varía, que hay jornadas más complicadas que otras. «Pero lévase ben», puntualiza David. Cada uno, dice Jesús, es consciente de que tiene unas responsabilidades que cumplir. «Si todo vai ben estás tranquilo», afirma.

Todos hablan con orgullo de la empresa en la que han desarrollado y desarrolla sus vidas laborales. Cuentan que lo que ellos hacen tiene un alto valor añadido y recuerdan que la empresa, en su sector, las ferroaleaciones, es de las primeras del mundo. «Para min é un orgullo estar aquí», asegura Jesús. «Ves o exemplo, o meu avó sacou á familia adiante, e o meu pai tamén, e todos traballando aquí», dice Eduardo. «Eu defendo a esta fábrica, mordo a quen se meta con esta empresa, criei a miña familia aquí», dice Joaquín Casais. Se jubiló hace unos años pero dejó dicho que ante cualquier problema lo llamaran, que contaran con él. «Como en calquera casa, se hai que discutir, a veces discútese, pero hai que agradecer o que hai que agradecer», expone.

Son conscientes de que 300 familias en Cee y su entorno viven de Ferroatlántica y de que si la empresa se resfría, Cee estornuda.

Los nietos no tienen todavía descendencia en edad de trabajar, pero Eduardo cuenta que si él tuviera hijos no le importaría nada que siguieran los pasos del resto de la familia, todo lo contrario. «Para min sería un orgullo».

Durante la charla para escribir este reportaje, dentro de las instalaciones, Joaquín, hijo, se despide porque le toca entrar en su turno. Pasa frente al grupo el director, Carlos Oliete, que se para a saludar y a conocer el motivo de la reunión. Sabe la historia de la familia. «La fábrica es suya», dice gráficamente.