El cormelán almirante del Pacífico

Juan Ventura Lado Alvela
Juan Ventura Lado CARBALLO/LA VOZ.

CARBALLO

Ponteceso le rinde homenaje al almirante Mourelle, el marino y militar de Corme que amplió los confines conocidos del mundo en la segunda mitad del siglo XVIII

23 oct 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Nunca llegó a almirante, de hecho su origen humilde le retrasó el ascenso a capitán de fragata hasta los 50 años, pero Francisco Antonio Mourelle de la Rúa (Gondomil, Corme, 1750) llevó sus barcos y la bandera española más lejos de lo que cualquier nacido en la zona hubiera sido capaz de soñar en las postrimerías del siglo XVIII.

El escaso patrimonio paterno impidió su entrada en la Real Compañía de Guardiamarinas, pero no fue obstáculo para que con solo 16 años su expediente de licenciatura como piloto de la academia de Ferrol reflejase su dominio de la trigonometría y los instrumentos de navegación. Solo dos años después sale para la isla Trinidad a bordo de la corbeta Dolores y en 1775 alcanza el puerto de San Blas en México, donde conocerá a la persona que le dará el primer gran impulso a su carrera como explorador. Junto a Juan Francisco Bodega recorre la costa de California y se embarca como segundo oficial de la fragata Favorita. Su objetivo era alcanzar el punto más al norte posible del litoral de Alaska y llegaron al paralelo 60 grados 13 minutos después de entrar en contacto con los pueblos esquimales. Solo la violencia de las tempestades le privó de alcanzar Siberia, antes de cambiar completamente de rumbo para dirigirse a Manila. En septiembre de 1980, por orden del gobernador de Filipinas, toma el mando de la fragata Princesa para llevarle unos documentos importantes al virrey de México. En la singladura por el Pacífico descubre numerosas islas, entre ellas el archipiélago Vava'u en Tonga, y le da su nombre a decenas de enclaves polinésicos. Algunos como Port Maurelle, un paradisíaco puerto turístico, perduran en la actualidad. Durante ese viaje pasaron 16 días de armónica convivencia con unos nativos que veían por primera vez al hombre blanco y cuyo jefe llegó a ofrecerle a su hija en matrimonio al intrépido marino cormelán.

Durante las dos décadas siguientes, según recoge el pontevedrés Amancio Landín Carrasco en la mejor obra publicada hasta el momento sobre las andanzas del almirante Mourelle, recorrió todo el pacífico de sur a norte. A los 45 años ya había realizado 19 grandes viajes, seis de ellos de más de un año, y acumulaba una cifra superior a los 5.000 días de mar. El historiador norteamericano Donald C. Cutter dice que «sus relaciones y mapas relativos a estas expediciones le colocan a la misma altura que el capitán Cook», el marino y cartógrafo británico, con el que compartía el origen humilde, y que en más de una ocasión le ganó la carrera por ser el primero en llegar a según qué lugares.

Aún le quedó tiempo para seguir recorriendo el mundo, con escala en China incluida, hasta que en 1797, su faceta de explorador pasa a un segundo plano para dejar que brille con fuerza su cara más militar. Ese año asume el mando de las lanchas cañoneras del apostadero de Algeciras, en plena guerra contra los ingleses, y enseguida destaca como rescatador de mercantes españoles y pesadilla de las fuerzas ofensivas británicas.

Su jefe, Bruno de Heceta, señala en una carta envidada al teniente general Mazarredo que «asistió a más de 40 combates contra las fuerzas anglicanas entre los que se cuentan 14 de la mayor nota, esto es, batiendo con 10 o 12 cañones fuerzas que nos atacaban con 500».

Esta reconocida valía le lleva a la jefatura del apostadero en 1805, después de un paso efímero por el cargo de fiscal de guerra, que ejerció con tal contundencia que logró la condena para el comandante y la tripulación de un navío por rendirse de manera vergonzosa ante un adversario inglés.

Todavía protagonizaría una sonada operación en la que salvó 27 mercantes con provisiones para los ejércitos que trataban de recuperar Buenos Aires y Montevideo de los cañones enemigos.

En 1920, ya como jefe de escuadra, iba a dirigir la gran expedición para transportar al ejército capaz de sofocar las rebeliones americanas, pero el golpe de Estado liberal encabezado por Riego se lo impidió. Mourelle se opuso a lo que consideraba una traición, pero la sumisión de Fernando VII ante los revolucionarios frustró sus esperanzas. El 24 de mayo de ese año moría en Cádiz, donde reposan sus restos, enterrados con méritos más que suficientes en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando.

Hoy, 260 años después, su localidad natal rinde uno de los pocos homenajes que se han hecho aquí a una de las figuras más importantes de la historia naval y militar de España.