Homo homini lupus

Maxi Olariaga

BARBANZA

18 dic 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

El hombre es un lobo para el hombre. Así habló el romano, así lo dejó escrito. Tito Macio Plauto era un sabio y conocía la condición destructora de la humanidad. Vivía en Roma en los años de gloria y por ello sabía bien de la amoralidad que los seres humanos guardamos en el rincón oscuro adonde solo llega el eco de la voz de la conciencia en las horas de agonía.

El egoísmo, la sinrazón, la crueldad y la falta de compasión las descubría el romano en el Foro, en el circo, en las espléndidas termas, en las francas avenidas y en las sucias tabernas de las calles interiores de Roma, cuando en busca de la razón de vivir, hurgaba en las pocilgas de nuestras almas para redimir la suya.

Nada hemos progresado desde entonces y no habrá gobierno en este mundo que traiga la paz a los seres humanos. Hay ilusiones, esperanzas y deseos, pero jamás se cumplirán. Las civilizaciones, una tras otra, han sido pasadas a cuchillo y destruidas sus obras hasta convertirlas en polvo y sobre el polvo se han levantado otras nuevas que igualmente perecieron arrasadas por la intolerancia de la humanidad.

No seremos nosotros distintos en modo alguno. La balanza de la historia y su fiel de oro son inexorables. Más pronto que tarde nada quedará del jardín que pisamos, de los rascacielos que orgullosos apuntan al cielo. Todo será nada y los que sobrevivan volverán a matarse para lograr el poder. Esta y no otra es la historia. Quedará el recuerdo de los espíritus libres, de la humanidad generosa que se inmoló por reconquistar la cordura y quedarán deshilachados el arte y la cultura colgando de los nuevos museos. Quedará, tal vez, el ejemplo de los que presintieron y avisaron de la tragedia que se llegaba indestructible a nuestras playas, pero nada más. La sangre teñirá las torrenteras y los despojos se enzarzarán en los ramajes que a golpes se llevarán las turbulentas aguas hasta los pies de la mar.

Bajará el hombre lobo de la montaña y devorará sin sentir más emoción que el placer de destruir, nuestras manos y nuestros labios, nuestros libros y nuestros hijos. Y cuando acabe este penúltimo combate, se mirarán los hombres lobo a los ojos y se matarán entre ellos por lograr asiento en el trono de oro que fundieron los mejores orífices de los antiguos reyes. Así una edad tras otra hasta que llegue la destrucción final y desde el cielo azul los buitres y los cuervos puedan contar los cadáveres que yacen al sol con su costillar sanguinolento atestiguando el desastre.

Eso será todo y camino de ello vamos. No bastan los héroes ni las buenas gentes que podrían redimirnos a todos porque todo es podredumbre y cieno en el planeta azul que nos fue dado. No creo, en verdad, que estemos a tiempo de tomar el último tren. Es inútil correr alocadamente por el andén tras su vacilante vagón de cola. Ese tren ya se ha desprendido de la vía y vuela sobre las iglesias y los palacios llevándose las esperanzas de aquellos que jamás atacaron a su vecino, a su amigo, a su hermano.

El romano cumplirá su profecía y en el andén nos quedaremos olvidados, lobos solitarios con la boca teñida por la sangre de los mártires.