Una de medallas

Maxi Olariaga

BARBANZA

08 dic 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Xavier Trías, alcalde de Barcelona, duerme mal. No hay pócima ni fórmula magistral que pueda aliviar el dolor que Maruja Ruiz Martos le dejó colgado de las persianas de su conciencia. Este dolor infligido por el latigazo inesperado de una ráfaga de coherencia, tiene en un sin vivir al, hasta hace unos pocos días, plácido alcalde.

Cada mañana acudía su Ilustrísima al despacho oficial y, desde su oficial teléfono y con su oficial pluma, programaba, concedía, recortaba, prohibía, legalizaba y multaba a docenas de conciudadanos sin despeinarse, convencido de lo correctas y ajustadas a derecho que eran sus medidas publicadas mediante centenares de decretos signados por su bastón de mando con empuñadura de oro y cordoncillo de hilos de seda natural.

Tan satisfecho estaba de sus obras que, en su benevolencia, decidió entregar por sus méritos civiles diversas medallas de honor a personas que a su juicio las merecían por sus actos de diversa índole en pro de la comunidad. Para ello preparó en el nobilísimo Salón de Cent, un acto cuya gala habría de ser testigo histórico de aquella memorable fecha.

Entre otras personas llamó su Ilustrísima para entregarle la medalla al honor por su lucha en favor de la sanidad y la educación pública, a Maruja Ruiz Martos, nacida en Guadix (en la provincia de Granada) y residente en Barcelona desde que tenía trece años.

Maruja fue y es una luchadora incansable, una pequeña mujer que se ha dejado muchísimas horas de sueño en las calles del Nou Barri y La Prosperitat, peleando por los derechos de sus vecinos contra la cosa oficial que nos tiene contra las cuerdas.

Así que Maruja se asomó diminuta al micrófono y dijo que: «Por honor y por coherencia no acepto la medalla que me entrega quien es el primero en recortar nuestros derechos».

Sin mirar al alcalde ni a su patética medalla de honor, Maruja abandonó el salón dejando tras de sí un aroma fresco a honradez y a coherencia. ¿Aprenderemos?