El último recanto del irlandés

Serxio González Souto
Serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

01 feb 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Hoy hubiese sido su cumpleaños. Casi consiguió redondear los 56 inviernos. Le faltaron tres días, pero así son las cosas. El tren que recorre este trayecto se anuncia sin horario exacto de partida, pero siempre tiene demasiada prisa y raramente se detiene para permitir al viajero concluir lo que le queda pendiente. Se fue David el sábado y Vilagarcía se quedó sin su irlandés, un tipo bajito y flaco que hizo de esta esquina, al fondo a la derecha de la ría de Arousa, su casa sin necesidad de olvidar, por ello, su Úlster natal. Acaso porque sobre nuestras cabezas, igual que sobre las de su tribu, pende un cielo semejante, nuboso y plomizo, preñado de extrañas melancolías, que solo en contadas ocasiones se abre para dejar paso a esos rayos de sol que nuestro hombre disfrutaba como un lagarto, sin moverse.

Se cuentan algunas historias sobre el motivo que le empujó hacia el sur. Él mismo hablaba poco del tema, aunque a veces, bien entrada la madrugada y medio satisfecha la enorme sed de bebedor que compartía con sus mejores clientes, recordaba un país dividido por cuestiones de vísceras y religión, una muerte cercana y demasiado dolorosa, la necesidad de poner tierra de por medio, física y espiritualmente, una herida jodida que jamás cicatrizaría. Así que hace cosa de veinte años hizo la maleta y acabó aquí. Se propuso enseñar inglés al personal y se ganó la vida como profesor hasta que un buen día cambió los libros por las jarras, y la academia por una taberna.

O Recanto Irlandés fue, durante mucho tiempo, el único pub digno de tal nombre en Vilagarcía. Tal vez su recuerdo, junto al del Corsario, aún lo sea. Un refugio imprescindible para quienes vagaban en busca de un trago y música de verdad sin importarles que el calendario marcase fin de semana o la medianoche de un vulgar martes. No había momento malo para las buenas ideas, entre las que improvisar una queimada sobre la barra no fue de las peores. Gracias a David pudimos celebrar San Patricio como dios manda, con mil pintas de Guinness en el bandullo. No todo fue cachondeo, porque tampoco faltaron los buitres, siempre atentos, siempre a la caída. Un tal Abuelo, que se decía croata y venía de vuelta de Compostela, le echó un cable una temporada, pero lo que acabó echándole fue la mano a la caja. Desapareció dejándole a David los bolsillos vacíos, el muy cabrón. Y vuelta a empezar, hasta que esa sed fabulosa y alguna que otra mala pasada fueron apagando la luz poco a poco. Primero bajó el telón O Recanto. Ahora acaba de irse también su irlandés.

Los últimos días, enfermo, los pasó en San Cibrán, atendido por la gente de Cáritas y los servicios municipales. En la recta final, en el hospital, se negó a recibir a un cura. Cáritas se portó, pero bueno era él, protestante y unionista, para que le viniesen con sotanas a semejantes alturas. David habita ya en su último recuncho, una esquina en el camposanto de Carril desde la que quizás pueda descolgarse de vez en cuando a echar un trago, susurró un amigo mientras Jesús, del Dolce, repartía la letra de aquel My Way de Sinatra que el tabernero entonaba cuando el desmadre alcanzaba su apogeo y ayer sonó a su salud. Así que, ya saben, si en una noche nebulosa creen intuir una sombra con chapeu y un silbido parecido al Touch Too Much de AC DC, es posible que un leprecaun haya dejado su recanto y esté de ronda. Brinden por él y por alguna causa perdida.

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